Durante no pocos años la grada de San Mamés se ha acostumbrado a la estampa de que cada diana de Aduriz acababa con el jugador corriendo con los brazos en cruz.
Una postura que siempre se ha creído por puro instinto, impulso fruto de la felicidad del gol. Sin embargo, el donostiarra ha querido desmentir dicha teoría y por fin explicar que no tiene otro objeto que confraternizar tanto con San Mamés como con aquellos que hayan hecho el esfuerzo de acompañarles en su periplo allende Bilbao. Una muestra de afecto simbólico, que el delantero defiende arguyendo que “algunos celebran sus goles con chulerías, yo abro los brazos en señal de abrazo con mi afición”.